Sin duda no hay sonido sin un elemento físico que lo produzca. De ahí que la música sea producto de jalar una cuerda, golpear una membrana, golpear un objeto físico resonante o pulsar un interruptor electrónico.

Todos, absolutamente todos hemos producido sonido de esta manera. Sin duda nuestros primeros instrumentos musicales fueron sonajas para después pasar a cajas de cartón y utensilios de cocina. Casi tan básica es esta necesidad como la de comunicarse con sonidos vocales. De ahí que la música sea para la especie humana tan importante en expresión de ideas.

El instrumento musical es la herramienta por excelencia para producir sonidos. Cuando se quiere hacer música es tan natural emplearlo como quien emplea una llave para apretar una tuerca. En ocasiones se tiene la suerte de que en casa sea natural su uso, vemos a papá o a mamá tocando y/o cantando. En otros casos se regala una imitación en plástico, hule o goma, de tal forma que sea parte de la vida de los juegos de la niñez.

Es por eso que no es raro que cuando nos gusta una canción queramos emular que somos parte de ella tocando una air guitar o agarrando una escoba frente a un espejo. Ese es el paso previo para comprar una de verdad. No importa la calidad de la misma, no es tan difícil hacerse de una guitarra, de ahí que sea un instrumento tan popular. Habría que ver datos reales, pero sin duda en 7 de cada 10 familias hay una guitarra.



Yo heredé una de mi tío, que a su vez mi abuelo compró en España. La guitarra debe tener como 60 y pico de años. Una guitarra clásica de cuerda de nylon. Ha tenido por supuesto reparaciones pero no ha perdido su cálido sonido. Si nos remontamos a la película El violín Rojo podemos percatarnos de la cantidad de historias que se viven a través de un instrumento musical. Bajo esos cánones, mi guitarra ya tendría bastantes anécdotas que compartir.

La relación de un músico con su instrumento es muy especial, es muy de amor-odio. En ocasiones nos enorgullece a la mitad de una presentación o bien nos irrita cuando se rompe una cuerda a la mitad de la rola. El instrumento crece con nosotros, evoluciona de acuerdo a las necesidades del intérprete: Cuerda de acero, nuevas pastillas, pintura y barniz.

Por lo que he observado, muchas veces esa relación se vuelve mucho por nostalgia en vez de funcionalidad. La guitarra que arriba menciono, un piano que tiene mi mamá y perteneció a mi bisabuelo son musicalmente ya limitados debido a que su edad los vuelve vulnerables si se les quiere tratar como instrumento de uso cotidiano. Se vuelven más piezas de colección.

Mi punto de vista hoy por hoy es el de mirar el instrumento como una herramienta de trabajo. Salvo algunas excepciones, hoy no tengo problema en vender un instrumento para adquirir uno nuevo que satisfaga mis necesidades musicales. Por supuesto uno trata de procurarse instrumentos de buena calidad, sin embargo no debemos caer en la trampa de pagar el valor de la marca.
El instrumento es un paso en la evolución técnica y artística del músico. En ocasiones lo acompaña por años y hasta se vuelve parte de su imagen, sin embargo es más importante lo que con él puede lograrse que el instrumento como objeto.

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