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El cementerio de los sueños

Por: Bernardo Fernández BEF

NOTA DEL EDITOR: Este cuento se escribió hace casi 20 años y se incluye en esta compilación por recomendación del editor. Este texto no refleja  de ninguna forma la personalidad actual de su autor.

 

Es 1989 y estoy en el concierto de Mecano en las canchas de futbol de la Univerdad del Valle de México, campus Tlalpan. Tengo diecisiete años. Allá afuera hay un clima político enrarecido, Bartlett acaba de robarse las elecciones para Salinas, pero esta noche lo único que nos importa es la canción con la que abrirán.

En el concierto me encuentro a Alexis, que es algo así como el hippy de mi salón.



Yo era el weirdo.

En 1997 Alexis se casó con su novia de toda la vida. No me invitaron a la boda, por que llevaba casi diez años de no ver a Alexis, pero resulta que quien ahora es su esposa es amiga de toda la vida de una de mis tres jefas. El día de la boda, que fue entre semana, después de la ceremonia mi jefa llegó a describir al novio. Yo supe inmediatamente que era mi ex compañero de prepa.

Mecano abre con Héroes de la Antártida.

Había invitado a Eugenia al concierto, pero me suspendió a última hora (era una época de mi vida en la que todas las mujeres parecían suspenderme a última hora de manera sistemática) por lo que tuve que decirle a Omar que fuera con mi boleto, con la condición de que me pagara después.

Omar nunca me pagó. En 1993 se casó con la segunda mujer por la que más he sufrido en mi vida.

También vienen Maty con Manuel (a quienes yo había presentado) y Miguel Angel con Marisol. No hay sillas ni gradas, sólo el campo de futbol.

Marisol es la mujer por la que más he sufrido en mi vida.

Omar se casó con Lola por que ella estaba embarazada.

Hay una niña de unos diez años que va con su mamá. Antes de empezar el concierto, todo mundo está sentado en el pasto, pero cuando se apagan las luces para que salga Mecano, todos se ponen de pie. Me imagino que la niña no ve nada.

Exceptuando a Marisol, todas las mujeres que me gustaron en la prepa acabaron saliendo y/o acostándose con Omar.

En 1990 fui por primera vez a un antro punk. Al principio me impresionó mucho el slam, pensé que se estaban peleando.
Luego me gustó.

Me sé las letras de todas las canciones, tengo todos los discos de Mecano. Es el mejor grupo de pop en español.

En mi prepa, tradicionalmente, el último día de clases los alumnos de cuarto y quinto pagaban una hora de mariachis a los de sexto a manera de despedida. El primer año que me tocó tal costumbre, me vi en medio de mis compañeros que cantaban con gran sentimiento El rey, Paloma negra, El son de la negra y demás. No me sabía ni una sola.
Fue la primera vez que me di cuenta que no pertenecía a ese mundo.

El antro se llamaba el LUCC, acrónimo de La última carcajada de la Cumbancha. Cada semana tocaba un grupo diferente. Varias de esas bandas, con el tiempo, se volvieron estrellas del rock nacional.

Eugenia fue la primera mujer a la que le propuse ser novios. También fue la primera en rechazarme. La dejé de ver. Años después supe que su papá había estado muy enfermo, al borde de la tumba. En 1996 andaba por su casa. Pasé enfrente. Descubrí la puerta de madera en total decadencia, el mismo malibú de los setenta que tenían diez años antes estacionado enfrente.
Supongo que su papá murió.

No volví a ver a ninguno de mis compañeros de la prepa. Todos se hicieron abogados, ingenieros, médicos o arquitectos. Gente de bien.

El primer grupo que vi en el LUCC fue Café Tacuba.

Después de 1991 no bailé otra cosa que no fuera slam.

Nunca he visto a Ana Torroja desde tan cerca, Estoy enamorado de ella por su voz.

Manuel se fue a vivr a Guadalajara, Maty se casó con el último de lo que parecía una secuencia interminable de novios. Tampoco fui invitado a esa boda.

Salí con Marisol cerca de seis meses, pero nunca le gusté. Le pedí dos veces que fuera mi novia. Siempre dijo no, argumentando que no quería lastimarme. Un día no soporté más: dejé de buscarla. Al poco tiempo Sting vino por primera vez a México. Era 1991. Yo estaba en la universidad.

En 1994 aparecieron los zapatistas. Habíamos vivido en un engaño que Salinas nos vendió, un sueño que compramos gustosos.

Y mientras bailamos al ritmo de Las curvas de esa chica, todo se está yendo a la chingada, pero no nos importa.

En 1998 se rumoraba que Omar estaba en la cárcel por vender cocaína en Cancún.

Uno de los novios de Maty la embarazó. Intentó inducirse un aborto con pastillas. No lo logró. Me dediqué a buscarle un doctor que le practicara un legrado o algo así. Al final, ella se consiguió un médico por su lado.

Me volví un remedo de punkie. Todo lo punkie que puede serse en un colegio de hermanos maristas. Pero jamás fui hippy.

Años después no podía recordar qué canciones tocó Mecano ni en qué orden, ni siquiera con cuál cerró el concierto. Sólo recuerdo la primera.

Un día me encontré a Alexis en el LUCC. Tocaba la Maldita Vecindad. Él estaba empapado en sudor. Había estado en medio del slam.

Nacho Cano está tocando un solo de guitarra. Con el cabello largo parece miembro de Poison o Bon Jovi. De Mötley Crüe no.

En 1995 vino Slayer a México. Fui con un amigo a comprar los boletos junto a donde estaba el LUCC. En la cola había puros chavitos de quince años. Fue la primera vez que me sentí viejo. Tenía veintitrés años

¿Y si no quiero ser un yuppie? ¿Y si no deseo ser un slacker el resto de mi vida? ¿Qué tal que quiero algo más, pero no lo encuentro?

Lola se separó de Omar y Marisol es ejecutiva de American Express.

Barco a Venus es una de mis canciones preferidas.

En 1996 me encontré a Raúl, un amigo de la secundaria y la prepa que se hizo ingeniero. Él me dijo «simpre me pareciste todo un hippy».

Nirvana me devolvió, en 1991, la fe en el rock.

Mucho tiempo después supe que Barco a Venus trataba sobre un adicto a la heroína.

Kurt Cobain era adicto a la heroína.

En medio del concierto me pongo a pensar que los ochenta se están acabando, y me invade una sensación meláncolica por el fin de la década. Sólo espero que los noventa sean mejores.

El primer CD que compré fue el …And Justice For All, de Metallica. En ese momento no lo entendí. Era 1990. Al correr de los años fui comprando los discos de Mecano que tenía en vinil en su re edición digital.

En 1998 fui a una fiesta de gente a la que frecuentaba a inicios de los noventa. Me incomodó ver a todos convertidos en adultos funcionales. ¿O seré yo el que sigue siendo un adolescente inmaduro, un inadapatado?

Cobain murió en 1994. Mecano se deshizo unos años antes.

¿Dónde está el cementerio de los sueños de juventud? ¿A dónde van a dar cuando nos quedan chicos? ¿En dónde está mi deseo de ser astronauta, dónde quedó mi ilusión de volverme detective?

El último vinil que compre fue el …But seriously de Phill Collins.

Algún día, todos los que estuvimos en ese concierto de Mecano vamos a estar muertos. Incluida la niña que no veía nada.

Lo de Cobain me hizo llorar, lo de Mecano no.

«¿Les gustó?» preguntamos unos a otros cuando se prenden las luces y sabemos que el concierto terminó. No tocaron Mosquito, que es mi favorita, pero estuvo poca madre. El lunes tengo examen, pero ya estudiaré el fin de semana.

Tengo mucho tiempo por delante…

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