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The Grateful Dead, Dark Star*

(Fragmento)



 

por: Rogelio Garza

 

El cráneo partido por un rayo se estremece con las vibraciones del sonido. Sus hemisferios rojo y azul brillan en la penumbra como una señal de tránsito que anuncia la próxima salida hacia La Muerte Agradecida. Todo el mundo sabe que es la marca del grupo con la discografía y la mitología más grande de nuestro sistema solar.

La noche ha caído y en el fondo se escuchan los motores del planeta. El sonido se aclara sobre el escenario, entonces puede verse a los del grupo envueltos por la música que sale flotando de los instrumentos y los monitores, parvadas de mariposas luminosas que explotan al tocarlas con la yema de los dedos. Al principio son burbujas, líneas brillantes y formas fosforescentes que se mueven lentamente al aire libre. Después son planetas en sistemas solares, mundos inexplorados y paisajes mentales. Los veinte mil deadheads que han acudido se encuentran absortos, viajando a la velocidad del sonido sin moverse. La Muerte está viva y llena de gracia, se alimenta con el combustible del Universo: el amor, la música, la electricidad y el ácido de ignición.

Por fin se ve a Jerry Garcia con su guitarra eléctrica. Viste psicodélico, envuelto en una bruma violeta. Un rayo brilla a través de su cabeza y su cabellera revuelta se enciende con una aureola. Un San Beethoven del rock entregado a su Gibson SG con un dedo mocho. Bob Weir se encuentra con otra Gibson en el otro extremo de la plataforma, cabalgando su caballo de luz. Entre ellos está el bajista Phil Lesh, sentado en un banco alto con un atril y un micrófono, sostiene su Fender Precision en las piernas y jala las cuerdas espontáneamente. Hasta atrás se asoman las caras del tecladista Ron Pigpen McKernan, y las de los bateristas Billy Kreutzmann y Mickey Hart. Improvisan y van creando una pieza de gran formato, inmensa como su sonido, repleta de remansos, torbellinos y tormentas magnéticas. Todos están conectados a un poder infinito que el poeta Robert Hunter describe en sus canciones, pero las letras han caído y cedieron su lugar a la música. Ellos pueden tocar hasta que nadie quede vivo.

 

* Relato incluido en el libro Zig-zag, lecturas para fumar, de próxima aparición.

 

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