“La vida se ríe de las previsiones y pone palabras donde imaginábamos silencios y súbitos regresos cuando pensábamos que no volveríamos a encontrarnos”.

– José Saramago



Recientemente se cumplieron dos años de la triste desaparición del único portugués investido con el Premio Nobel de Literatura, José Saramago, fallecimiento que ocurrió en plena efervescencia de una copa del mundo y de un momento en que se hablaba de crisis en todo el mundo.
Un mundo caótico fue lo último que vio este baluarte de la literatura mundial. Apenas había pasado una racha de publicaciones casi en cadena, primero El Viaje del Elefante, luego Caín, y con planes de publicar Claraboya, una de sus primeras novelas que por fin vio la luz hace menos de un año.
Quizá el pensamiento de Saramago ya veía también un final inminente y relativamente pronto. Su vitalidad sólo fue contenida por la muerte, pero su genialidad nunca se vio disminuida.
En El Viaje del Elefante, penúltima obra que publicó antes de morir, el luso narra la historia del traslado de Salomón, un elefante que el rey Juan III ofrece a Maximiliano de Austria como regalo y muestra de su amistad.
Sin embargo, la aventura resulta sui géneris, pues encuentra un sinfín de problemas que los mismos encargados del recorrido se inventan, provocados por absurdas maniobras y por la imbecilidad de los líderes militares.
El rey, también estúpido, es el opuesto posible, dentro de las dualidades superlativas que narró Saramago en más de una ocasión, del mismo elefante, un ser sensible cual pocos y cuya inteligencia y alcances deja boquiabiertos a los personajes de la novela, así como conmovidos a los lectores.
“El Viaje del Elefante” no fue sino una muestra más de la impresionante lucidez con la que el Premio Nobel de Literatura 1998 comunicó y llevó al nivel de obra maestra una metáfora sobre las debilidades que padece, a veces sin notarlo, el ser humano.

 


El viaje del elefante
Editorial Alfaguara
México, 2009

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