Por Andrés Vargas Reynoso

«Uno de mis mayores éxitos como analista de rock, fue no preguntarle nada a Jay de la Cueva cuando entrevisté a Fobia, creo que incluso no lo miré durante toda la entrevista, y él, como siempre, estaba nervioso, necesitado de abrir la boca para hablar de algo que no era suyo. ¿Por qué entonces iba a preguntarle algo?»El Bicho para RockStage

Cuando Caifanes fue el grupo elegido para abrir el concierto de Soda Stereo en El Hotel de México y firmó para grabar su primer disco con BMG, a finales de los ochentas, el rock en México que se hacía en el subterráneo llevó esa extraña elegancia new wave a las esferas necesarias para ser, además de apreciado, masificado. De todas las bandas que se montaron en el vagón de la oportunidad, todas de cariz similar, destacó Fobia, un conjunto de niños bien (Niños panqué recita Cha en el DVD promocional de su último disco de estudio y reunión oficial) del sur de la ciudad que abrevaban de la mística y densa oscuridad caifanera pero exhalaban un murmullo de corte muy personal y, sobre todo, raro para lo que las orejas nacionales estaban acostumbradas.

Así, mientras la extravagancia de Caifanes se reducía a tocar La Negra Tomasa como un detalle de adhesión latinoamericana, Fobia optó por quedarse del otro lado, fiel a sus raíces, al menos en sus influencias e intenciones, y configuraron un sonido plagado de surrealismo-mágico y atmósferas inusuales, gracias a las letras aparentemente infantiles de Paco Huidobro, guitarrista enemigo de los solos y la masturbación instrumental; y la intensidad electrónica y cósmica de Iñaki, el tecladista, respectivamente.



El resto del grupo cumplía con un papel específico: Leonardo se encargaba de enganchar a toda clase de público, desde punks hasta niñas fresas, con imagen y voz disímbolas en sus papeles dentro del estudio y sobre el escenario; Gabriel demostraba ser uno de los mejores y más precisos bateristas de México (junto con La Chiquis Amaro, de Neón, y Patricio Iglesias, de Santa Sabina) y Cha aporreaba un bajo mastodóntico y lleno de florituras, campaneando entre el comic relief y la personificación sobre las tablas de un Daniel Ash chilango. A diferencia de otras bandas, como los mismos Caifanes o Maldita Vecindad, Fobia acaparó un público cautivo global, en el que las tribus no importaban.

Lejos de mostrar un progreso de menos a más, Fobia mantuvo la calidad y visión de su primer disco en sus siguientes producciones, generando un sonido personal pero visionario que pulsó con nerviosismo en Mundo Feliz, estalló en Leche y terminó fragmentándose en Amor Chiquito, sin menospreciar la calidad de la interpretación pero sucumbiendo ante las imposiciones del mercado. Quizás era el momento de recular y apostar por la independencia (cosa que en estos tiempos ha demeritado la calidad de la música popular mexicana), pero prefirieron desintegrarse.

Leonardo se volvió solista y el resto se dedicó a otra cosa (como la profunda depresión que envolvió a Huidobro). Los puristas culparon de inmediato a un Leonardo ávido de fama, y señalaron a su novia de entonces, Rebeca de Alba (que a la fecha no sé a qué se dedica), como la Yoko Ono mexicana, hablando sin saber, sin conocer cuál fue el papel de la Ono en la vida de John Lennon. No obstante, sí existía una presunta “Yoko Ono” en Fobia, y su nombre era, y es, Jay de la Cueva.

Jay de la Cueva, heredero de una tradición musical, nómada de bandas que van de Microchips a Titán, Molotov, Víctimas del Dr. Cerebro y Moderatto, se había unido como baterista, tras la huida de la Chiquis Amaro, demostrando ser tan buen instrumentista como empresario y, por qué no, advenedizo. Nadie pone en duda la calidad de Jay como ejecutante, no obstante, su espíritu emprendedor, ese que lo llevó a formar Moderatto como una burla y que hoy se ha convertido en una mala broma, empobreció el sonido de un Fobia harto de sí mismo, con un Huidobro alejado del surrealismo mágico, una banda que volvió a la escena para rumiar viejas glorias. Sin embargo, el que la banda tuviera pulso, era un buen remanente para los ávidos a la buena música. Y justo cuando la banda parecía retomar el hilo conductor que los llevó a ser uno de los combos más influyentes del vecindario, Fobia se diluyó.

Hoy en día, Fobia, con su alineación casi original (Gabriel Kuri huyó a Europa para volverse un reconocido pintor tras la grabación de Leche) no existe más. El parásito carnívoro de Moderatto terminó por consumirlo, secuestrando a dos elementos medulares, como lo son Iñaki y Cha, quienes ante la disyuntiva de elegir entre la entrada de dinero y la dignidad, optaron convertirse en el grupo de acompañamiento de Alejandra Guzmán, liderados, como punta de lanza del incordio y el oprobio, por Jay de la Cueva.

El escarnio, que se veía venir, quizás tuvo como percutor el que Vivo se convirtiera en el himno del Teletón, echando por tierra la jerarquía de una banda meramente comercial, pero artística, que no supo convivir con sus propios fantasmas. Finalmente, al quedarse como cómplice y resguardo de su compañero de equipo, Leonardo demostró que de Yoko Ono tiene mucho (la biografía de los Beatles señala a Yoko como la salvadora de la cordura y las finanzas de Lennon) y que, en todo caso, el traidor ni siquiera vino de las mismas filas del concepto sino actuó como lo hacen los parásitos, invadiendo un organismo saludable. Gracias, Jay, por confirmarnos realmente quién eres, por regalarnos la peor versión de un microbio. Finalmente, Fobia pasa a la historia de la música popular mexicana como un concepto, y de Jay de la Cueva nos queda su esencia, la de quien arriba con intenciones poco artísticas.

Andrés Vargas Reynoso (Coyoacán, DF, 1974) es escritor y periodista. Ha sido becario del FONCA y colaborador en diversas publicaciones del país; autor del libro 7 Años del Sueño Zapatista. Actualmente escribe con fascinación en un portal médico y alimenta a su tortuga y su blog de ciclismo urbano.

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