Por: Pablo Osset

Un ojo se asoma tras un cristal, el dedo apuntala el gatillo y un disparo captura un rostro perdido en la inmensidad del desierto, observando una columna de arena con dirección a un grupo de personas, que, asumiendo la fatalidad esperan, mientras fuman una pipa, a un convoy militar. El Sahara es el mundo de la foto; el fotógrafo Jesús Villaseca.

Con la serie fotográfica sobre la búsqueda de independencia por el pueblo Saharaui, que vive y sueña en los límites de Marruecos y el Sahara Occidental, Jesús se involucra con un movimiento esperanzador, del cual se vuelve testigo, y ojo social, bajo su propia asignación. La vida cotidiana de un pueblo nómada, su existencia entre dunas, buscando paraísos diminutos, que ahora, cada vez, son confinados a un reducto sin salida. Las fotografías impactan al diario mexicano La Jornada y se publica la serie.

Por más de 20 años, el fotógrafo chilango, libra las batallas cotidianas y las que oscurecen la dignidad del hombre, no suelta el arma de la vista, se involucra: “Es imposible no involucrarse, hasta hay que tomar postura, pero siempre con honestidad, contextualizando la imagen y los hechos, si no se pierde y se manipula” Y vaya que si se involucra; los movimientos sociales son su campo de trabajo, la protesta, la denuncia; las diferentes caras frente al conflicto lo llevan desde Atenco, aquel lugar que muchos tratan de ocultar tras la memoria, un pueblo aporreado por la represión de un Estado en crisis, como a las reuniones del G8 rodeados de globalifóbicos que pueden llegar a inmolarse o entregar sus vidas frente a los medios. La secuencia suicida de un manifestante Oriental, le hace acreedor al Premio Nacional de Periodismo por segunda ocasión, la primera fue en 1991.



Él le habla a los estudiantes; tiene un bigote inconfundible que no alcanza a ocultar la sonrisa, una trenza se mueve a su ritmo y una cámara, réflex por supuesto, vive estampada en su camiseta negra. Sus palabras acompañan las imágenes que sigue reproduciendo el ordenador, luego música de fondo, seleccionada para acompañar las imágenes de manera cuidada y sensible. Para él la tecnología es una gran herramienta para el periodista gráfico pues gracias a la capacidad de reducir tiempos y utilizar otras áreas gráficas y audiovisuales, hacen que esta disciplina sea cada vez más cercana al arte.

Jesús, no solo trabaja para un medio (La Jornada) si no que genera el propio, entrenando ojos y plumas en el FARO de Oriente, lugar y punto de encuentro para quienes buscan una alternativa para desarrollar el arte, la técnica y la participación colectiva. Siempre alzando la voz para invitar, motivar y alentar a comprometerse con el oficio del periodismo pero también luchar por la apertura de espacios y la creación de nuevos.

Un fotógrafo con su capacidad trasgrede al ojo complaciente, a los que celebran el maniqueísmo de las imágenes producidas por los medios, a los ejércitos de “tirafotos” sin criterio. También su ojo busca la verdad más allá de la imagen; investiga, se deja llevar por la historia, convive con su entorno, y entonces, ya que es aceptado por aquellos a quienes tomará prestado instantes, retrata una realidad oculta. Un ejemplo de este trabajo se ve en su obra aun no terminada sobre a situación política y económica que esta sufriendo el pueblo Raramurí enclavado en la sierra Tarahumara, frente al conflicto con el narcotráfico y los estados de Chihuahua, Durango y Sinaloa que buscan el control donde estos tres estados confluyen, es decir territorio tarahumara.

La sala Fernando Benítez (lugar inmejorable para hablar de periodismo y sociedad) en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales fue el punto de encuentro entre Jesús y algunas decenas de alumnos que andamos por la senda del periodismo, dónde la avidez y pasión por la vida y los que sucede en ella se quedó plasmado en recuerdos, imágenes vívidas de color e historia.

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Un comentario en «Urbanoscopio: Detrás del lente: Jesús Villaseca»

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