Por Iris Atma / @IrisAtma

¿Qué extraño equilibrio podemos guardar, aún presa de la locura, si es que perdemos el corazón? Esto es lo que parece preguntarnos Frank con sus malabares, danza y magia, directamente desde Lyon, Francia. En el Cine Teatro Rosalío Solano tiene lugar el Festival siguienteescena en Querétaro. Elton & Frank at Dead End Bar (Objekt Projekt) nos invita a un viaje de nostalgias y circo. Elton es el maestro en artes circenses quien interpreta a Frank; el personaje de esta historia…

La obra tiene un diseño de color en el que el rojo es un elemento que destaca sobre neutros: tierras, blanco y negro, tanto en vestuario, elementos varios y juegos de luces. La función inicia una noche de luna llena, en un callejón sin salida, el cuerpo del actor se perfila en un escenario apenas iluminado, escuchamos ruidos de aves desordenadas. Pienso en “Los Pájaros”, clásico triller de Hitchcock, rumores de drama y corazón. El personaje ataviado con descuido; descalzo, casual, se dirige a una solitaria mesa en la que se sirve una copa de una peculiar bebida roja. La música de fondo nos transporta a escenarios country de Estados Unidos, tal vez a Nueva Orleans.

A pesar de su evidente melancolía, mientras intenta infructuosamente prender un cigarro, Frank gana soplos de vida mientras danza y hace aparecer y desaparecer algunas esferas rojas. Las luces se apagan, y asoma el climax de la acción. Perseguido por un abejorro, Frank inicia una serie de ritmos frenéticos que culminan en malabares con esferas de luminoso carmín, al acelerado compás de Rimski-Kórsakov en El Vuelo del moscardón.

Acto seguido, el ánimo coquetea con lo sublime, la luz intensa se hace presente ante las notas de música sacra que dan cuerpo a una interpretación con movimientos abiertos y curvos, diríase que esta es la escena con donde nos dibuja la mujer que extraña, o la virgen al a que pide consuelo. Este presentador que hace dúo consigo mismo al titular el espectáculo con su nombres de persona y personaje, intenta poseer la estabilidad de una silla, sin embargo, danzante infantil, no logra reclamar su trono –símbolo de la masculinidad emblemática de los emperadores-. El show debe terminar, al centro de las miradas, con voz cansada, ofrece una disculpa por presentar sólo un fragmento de su proyecto: parte de los recursos que utiliza deambulan por territorios desconocidos, debido al extravió de su equipaje. Como lo anuncia el título de la obra, la vida real y la puesta en escena se interrelacionan en este proyecto de embriaguez y pérdidas.



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