Por: Ana Laura Sánchez
La verdadera Libertad es cuando la fantasía puede viajar en todas direcciones sin impedimento.
¿Qué pasaría si…? Ésa es la pregunta en la que se basa la creatividad. Han pasado 50 años desde la primera vez que Rayuela fue publicada. La novela basada en la tradición del Noveau Roman en la que Julio Cortázar experimenta enlazar el cielo y la tierra.
La novela narra la historia de Horacio Oliveira y se desarrolla en Paris, en un círculo intelectual de amigos que conforman el Club de la Serpiente. Es ahí donde conoce a Lucía, La Maga, que al contrario de Horacio parece estar en inconsciente armonía con el mundo, sin el pesado lastre de la filosofía. Hay doloroso rompimiento entre ambos, y después de dar falsos pasos en Francia, Horacio regresa a Buenos Aires donde se reencuentra con Traveler su viejo amigo y conoce a Talita a la que relaciona con el recuerdo de la Maga, Oliveira es incapaz de distinguir entre personas comienaza a tener paranoias y aluciunaciones, y sobreviene un caos existencial en medio del cual finalmente, el circo en el que trabaja termina convirtiéndose en un manicomio.
La novela no termina ahí, acaso ahí comienza. Cortázar solía decir que “es muy fácil escribir bien” por lo que podemos suponer que Rayuela era un reto para él, rebelarse contra la escritura “formal” , con un ímpetu de crear un mundo por medio del caos.
La novela es como un juego de niños, comienza en alguna página y va buscando su camino a través del laberinto de palabras, en una mezcla de diferentes narrativas: monólogos interiores, artículos de periódico, citas, frases sabias, imaginación extraterrestre. El mismo Cortázar propone ir leyéndola dando saltos en los capítulos, puntual, sin orden, sin la rígida línea recta que dicta la vida misma. Ya que finalmente de eso se trata, transgredir el rol que había seguido la literatura, cambiarlo, destrozarlo.
Si Rayuela fuera un cuadro, se desbordaría del marco, abarcaría la habitación completa en una delirante búsqueda. ¿Dónde termina la ficción? ¿Dónde comienza la realidad? Julio Cortázar juega a ser sastre, uniendo con finas puntadas ambos planos. Puede parecer descabellado, pero ¿no es la realidad a veces más descabellada que la literatura?