Tuvieron que pasar ochenta años para que la obra de Diego Rivera volviera a uno de sus espacios más emblemáticos: el MoMA, que aún remite a la historia entre Rivera y su benefactor John D. Rockefeller, quien rechazó una obra porque ésta mostraba a Lenin y al propio Rockefeller en un club nocturno.

La exposición comenzó desde el pasado 13 de noviembre, pero es importante recuperar la nota porque coincide con una de las expresiones más emblemáticas de nuestros días: el movimiento occupy y sus análogos en el mundo. La obra de Diego Rivera, de personajes oprimidos en su mayoría mexicanos pero también estadunidenses, se expone muy cerca del campamento del movimiento; lo que parece del todo propicio cuando ambas presencias no ven al capitalismo como una avenida justa.

Entre las obras se encuentra Zapata líder agrario, uno de los frescos presentes en aquella exhibición de principio de los treinta; una obra que apela al tiempo y al lugar de la exposición, con un icono a veces más socorrido fuera de México que dentro. De esta obra también se puede apreciar su boceto a escala natural.



La lista de obras exhibidas da cuenta de un artista cosmopolita, que pasó a través de su pincel tanto escenas del Moscú de la época, la construcción de Nueva York o la feria de las flores de Santa Anita.

Los que andamos por las calles de las Ciudad de México somos dados a olvidar la herencia de Rivera a nuestro alrededor, pero también estamos acostumbrados a verlo a través de lugares comunes que no incluyen al Rivera que trabajo en otras latitudes.

Es difícil pensar en un México sin la presencia de Rivera pero también, más allá de su carácter de artista nacional, las obras siguen reclamando un lugar dentro del discurso de occidente. Ahora que los movimientos sociales vuelven a poner el dedo en el renglón el capitalismo a nivel mundial, la obra del mexicano parece salir de los palacios de gobierno para volver con la gente.

 

 

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Por Fernando García

@unfernando

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