En primer lugar, nos mostró lo apasionados y arrebatados que somos como pueblo al momento de dar opiniones sobre elementos de la cultura popular. Hecho que se repite continuamente en redes sociales, el ejemplo reciente fueron las opiniones encontradas respecto a los atletas mexicanos en los juegos olímpicos que cerraron en Río de Janeiro hace unos días.

Ésta semana despierta de nuevo el mexicano crítico para hablar del célebre cantautor Juan Gabriel luego de su reciente deceso, noticia que fue después opacada por la visita de un candidato a la presidencia de EEUU cuyo nombre me rehúso a utilizar. Esto último no es relevante a nuestra columna sobre música así que volvamos a quien llevara el mote Divo de Juárez.

Juan Gabriel, a mi parecer había dejado su legado haría unos 20 años. No recuerdo un éxito suyo posterior a “Pero qué necesidad”, de ahí en adelante no había tenido una canción que captara la atención masiva.
Por supuesto la presencia de su nombre, o su marca que en éste caso es equivalente, continuaba y seguramente seguirá vigente. ¿Qué hace que una marca como Juan Gabriel tenga un mayor impacto del que jamás soñaría tener Cristian Castro o RBD? La respuesta es similar a la que tenemos cuando preguntamos sobre el impacto de una modelo de automóvil como el Volkswagen Sedan.

Cubrió una necesidad en un público ávido de una temática musical que se venía escuchando desde finales de los años 40. Su target fueron aquellas personas que nacieron de fines de los cuarenta a inicios de los 60. Es decir, quienes ahora tienen entre 50 y 60 años. Los señores y señoras que hoy son ciudadanos de tercera edad y que influyeron en los hoy adultos de entre 30 y 40 años. Eso en sí le garantizó al músico la aceptación de dos o tres generaciones.

 



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Alberto Aguilar Valdez le entregó al público los últimos remanentes de Agustín Lara, José Alfredo Jiménez, Armando Manzanero, Álvaro Carrillo, Pérez Prado, entre otros. Los supo dotar de manera auténtica de una inocencia popular no sofisticada, la cual se refleja en sus letras. Les dejó a nuestros padres la última postal de un México que se acabó hace ya algún tiempo. Así como el Vochito alemán.
En términos estrictamente musicales, de Aguilar Valdez destaca su capacidad para componer melodías. Más allá de la lírica, podemos notar que su musicalidad funciona porque sus canciones poseen atractivas frases (ganchos) que el músico más sofisticado difícilmente se resiste a tararear.

A través de sus temas pudo transmitir tristeza, nostalgia, alegría o despecho, según fuera el caso. Buscaba diferenciarse en cada canción y buscó alternativas en diversos géneros populares: Balada, ranchero, grupero, country o pop. Como dato curioso debo decir que siempre me agradó como en temas rancheros como Amor Eterno interpretado por Rocío Dúrcal vuelan los aires españoles que flotan en el folclor mexicano.

No me considero fan del autor pero tampoco podía dejar pasar la oportunidad de dejar algunos comentarios objetivos sobre su trabajo. Juan Gabriel nos dejó melodías, tan agradables como un pan dulce por la mañana. ¿Seguirá vigente su obra en años venideros? Difícil saberlo. Lo que sí observo es que en algunos funerales es costumbre dedicar Amor Eterno, me pregunto si fue así como se empezó la costumbre de entonar Las Mañanitas en los cumpleaños.

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