Por Enrique Dorantes
La Naranja Mecánica

Conocida de nuestro lado del charco a partir de la adaptación cinematográfica dirigida por el monstruo de la pantalla grande, Stanley Kubrick, en 1971, La Naranja Mecánica, es una obra que, en el papel más que en el cine, demuestra la depurada creatividad de Anthony Burgess.
Un tesoro perdido bajo las sombras de una adaptación sobrerbia, pero incompleta. Se tiene la mala costumbre de acudir a lo visual antes que a lo imaginario. Por lo mismo, sirva la presente crítica como una invitación a descubrir el texto en toda su magnificencia, que como ustedes en su mayoría conocerán, gira en torno a Alex, amante de la violencia, el sonido de Beethoven, Mozart, etcétera; del buen sexo; con un gusto exquisito que le ha orillado a odiar la mediocridad de la sociedad, la vagancia, la ignorancia, los sonidos de moda y toda esa mierda, sin dejar de lado las fuerzas represivas del estado. Todo un intolerante, que generalmente explota con puños y navajas ante esas terribles visiones.
Alex se verá traicionado por las amistades mal entendidas y por su propia egolatría. Su engreimiento lo llevará a conocer las malas artes de la prisión. La religión le ayudará a sobrellevar su realidad de una manera parcial. La capacidad de elegir nos demostrará que es la esencia principal del ser humano. La manipulación y el abuso de la autoridad encontrará en el pequeño Alex a un títere y lo trasformará en un ser lastimoso. El transcurso de los años en la novela, nos muestra que el tiempo da la oportunidad de revanchas. Y por fin, los principios y los valores de los individuos y de las sociedades, por más decadentes que sean, serán los únicos factores capaces de resolver las vicisitudes del destino, como si se tratara de prestidigitadores capaces de alterar la operación vital.
Página a página, Burgess atrapa a su lector, con la psicología de Alex; lo entretiene con el nadsat, «jerga gitana» inventada por el autor, basada en su mayor parte en el ruso y palabras cuyo origen encontramos en la imaginación del escritor inglés; la sorprendente ultraviolencia llevada al máximo esplendor artístico; el viejo unodós-unodós, que se antoja con una buena sinfonía; la crítica severa hacia el sistema carcelario, que en cualquier parte del mundo, que deben ser exhibidos como centros inapropiados de la época actual; y la apocalíptica sociedad en la que Alex y sus drugos se divierten entre muerte, risa, drogas y embriagadora música clásica.
Publicada por primera vez en Inglaterra a principios de 1962, La Naranja Mecánica fue mostrada a editores estadounidenses que prefirieron recortar el último capítulo del texto original, por lo que la versión conocida en Estados Unidos, y por lo tanto, la exitosa cinta de Kubrick, suprimen el desenlace real de Alex, tal como lo concibió el autor británico; por lo que es necesario recurrir al viejo papiro si queremos conocer el capítulo 21 de ésta tragedia que sobrepasa el límite de su tiempo.
Inspirada en un hecho infame como la vida misma del protagonista. Burgess en el año del ’44 sufre la agresión de soldados estadounidenses, junto con su esposa, la cual se lleva la peor parte, al ser violada, robada y con un aborto provocado por la severa golpiza propinada por los uniformados.
También es notable el amplio conocimiento de la melodía vintage del escritor británico, que no sólo aportó con más de 50 textos al ramo literario, entre ensayos, novelas y trabajos periodísticos, sino también escribió música de cámara y obras para orquesta.
Sobre la filosofía tratada en el texto, es muy rescatable una parte de la introducción, en la edición publicada por Booket (Barcelona, 2007):
«Por definición, el ser humano, está dotado de libre albedrío, y puede elegir entre el bien y el mal. Si sólo puede actuar bien o sólo puede actuar mal, no será más que una naranja mecánica, lo que quiere decir que en apariencia será un hermoso organismo con color y zumo, pero de hecho no será más que un juguete mecánico al que Dios o el Diablo (o el Todopoderoso Estado, ya que está sustituyéndolos a los dos) le darán cuerda. Es tan inhumano ser totalmente bueno como totalmente malvado. Lo importante es la elección moral». Anthony Burgess.
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