Wild (Salvaje) (2016) es la tercera película de la alemana Nicolette Krebitz, se trata de una película extremadamente visceral, donde la protagonista Ania, interpretada con mucha entereza por la actriz Lilith Stangenberg se adentra de forma ruda y directa en el mundo salvaje al conocer y enamorarse de un lobo. Ania vive de manera rutinaria, siente que no pertenece al mundo en el que vive, no siente empatía o relación alguna con las personas que la rodean, pero al conocer a un lobo en un bosque cerca de donde vive, despierta en ella una sensación de furia, de liberación, de pertenencia.

Todo el peso de la historia recae en Ania y sus reacciones, desde el encuentro con el lobo hasta su manera de cazarlo, a partir de ese momento el no retorno ya está establecido y la película, como Ania pierde el control.

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Krebitz no sólo cuenta una historia alucinante, sino que su estilo al narrar y la música que utiliza (la banda alemana Terranova) completan una película con un mundo muy particular, con sus propias leyes y ambiente especial. El espacio se reduce a Ania y el lobo, todo lo demás es superfluo para la historia, no importa la hermana, el abuelo en coma, el jefe o los compañeros de trabajo. El espacio cinematográfico se reduce a dos especies que no pueden estar juntas pero deben estar juntas.



El lobo como símbolo de libertad, del despertar a una nueva realidad, a una nueva forma de relacionarse, la escena de la escalera es una de las secuencias más intensas que tiene toda la cinta y eso que está plagada de ellas.

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Sin llegar a entrar en el género de fantasía, tiene elementos que la podría emparentar con films como “Tideland” (2005) de Terry Gilliam, pues la niña tiene que crear su mundo particular para poder sobrevivir, hay un poco de las chicas de Sofía Coppola, esa inocencia y belleza que se transmite en pantalla con la actitud y movimientos de Ania o la obsesión transformadora de la protagonista de “En mi piel” (2002) de Marina de Van, donde Esther se pierde al experimentar con el placer del dolor producido a su propio cuerpo.

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Salvaje tiene todos estos elementos y los enmarca con una atmósfera de sutil decadencia citadina, de relaciones personales atrofiadas, con imágenes poderosas tanto visual como metafóricamente, le da además un giro a la idea de licantropía, y como “Déjame entrar” (2008) de Tomás Alfredson resignifica el mito del vampiro, en Salvaje, le da otra interpretación a la leyenda del hombre-lobo más actual, romántica y terrenal.

 

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