Más te vale, fin del mundo. 

Por Gabriel Revelo 

 



La verdad, yo sí quiero que se acabe el mundo.

Aunque la NASA, el gobierno gringo y hasta el Vaticano han dejado muy en claro que el supuesto fin de los tiempos no sucederá, no pierdo las esperanzas de que a última hora ocurra un desastre que acabe con todos. O al menos conmigo.

Y no, no es por moda. Si bien millones de personas en el planeta están entusiasmadas por un apocalipsis hollywoodense, y añoren fervientemente que de la nada lleguen platillos voladores, zombies, tsunamis, guerras nucleares y Godzilla, lo cierto es que sólo lo hacen por seguir una moda, una tendencia que los haga ver ‘interesantes e informados’ a los ojos de sus semejantes. Aunque no lo confiesen, a este tipo de fanáticos les da igual que se acabe o no el mundo.

En cambio, quien ahora escribe estas líneas tiene el más valido (y quizá único) motivo para desear que la Tierra se suma en el caos, y con ello, nos vayamos todos al Diablo: tengo el corazón roto. Estoy desarreglado de mis sentimientos, herido de gravedad y sin remedio de mi epicentro amoroso. No encuentro alivio posible para este mal, que de momento, cercena el entendimiento de mis sentimientos. Y sufro. Estoicamente y en silencio soporto una pena inaguantable, de la misma forma que lo hace un enfermo terminal que a gritos pide se apiaden de él.

 

 

En este caso, mi eutanasia sería el fin del mundo.

Quizá puedan pensar ‘este imbécil, si tanto sufre que se pegue un tiro y ya’. Probablemente tengan razón. Sin embargo, no quiero parecer un cobarde a los ojos de ella. No quiero que cuando se entere de mi deceso su autoestima se infle y reafirme que en sentido literal y figurado ‘me trae muerto’.

Nada gano aventándome a las vías del metro, ni tomando una sobredosis de Mejoralitos sabor naranja o ahorcándome en el armario. De cualquier forma la noticia terminaría en la sección de nota roja en los diarios. Por eso, quiero que mi muerte pase desapercibida entre otras cientos de miles. Que nadie se entere, que no le den a esa desdichada el gusto de saber que su amor fue mi perdición.

Me da igual qué método utilice el destino. Un huracán, un sismo mounstroso, una epidemia, una ataque bacteriológico, una sublevación de los simios o unos humanoides del espacio. Lo que deseo es que alguien venga y entre la confusión me otorgue la paz que ahora tanto anhelo.

 Más te vale llegar querido Fin del Mundo… cuento con ansias las horas que me separan de la libertad.  Tengo una última petición, si es que se me permite: que la desgraciada que me dejo en esta condición de piltrafa humana sobreviva. Y no, no lo pido porque la aprecie y quiera su bienestar, al contrario, quiero que sea la única persona viva en la faz de la Tierra, que quede condenada a la soledad en medio de escombros y cadáveres, que no encuentre a nadie con quien hablar, que se hunda en una realidad que no le corresponde, y que en ningún lugar ni momento se sienta feliz.

Así me siento desde que decidió que yo no era el indicado para ella, y se fue con ese muchacho musculoso que trabaja en su oficina, y con el que sé, se entiende en más de un sentido.

Llega ya fin del mundo, no me obligues a ser yo quien desencadene todo. Un primo-de-un-amigo-de-un-conocido es miliar. No sé que rango tenga, pero seguro puede hacerme el favor de disparar un misil (si es que el ejercito mexicano los tiene) contra una de esas naciones asiáticas que por cualquier cosa arman un lío, y así, comience un conflicto mundial de consecuencias fatales.

Qué idiotez acabo de escribir. La verdad no creo que pase nada, y eso me causa más pavor que cualquier hecatombe. De cualquier forma, ya estoy viviendo mi holocausto particular.

 

 

Gabriel Revelo: Es un comunicólogo, periodista y escritor mexicano. De manera paralela a sus actividades como periodista en medios electrónicos, Gabriel escribe desde hace varios años un blog personal que actualiza regularmente

HolaSim Alternatripmail

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.