George Harrison, Foo Fighters, Pearl Jam y U2, los documentales sobre ellos en algún momento se convirtieron en una necesidad obligada de cualquier festival, se habló mucho de ellos y su aparición, que parecía acentuar la idea de que el 2011 fue el año del documental sobre música, forzando a diversos canales a crear ciclos y a múltiples festivales a agregar un apartado exclusivo para el tipo de filmes que logran unir el sonido con la historia y la música. Verdaderamente fue un buen año, pero he de decirles algo, en mi casa desde hace varios años vivimos comiendo y soñando rockumentales, por la misma razón cada vez que me preguntan a que me dedico me la vivo explicando las diferencias entre un rockumental y el cine musical y porque no todo es sobre grandes íconos.

Para brindar pruebas, es necesario buscar más allá de lo informal y saltarse las listas, es necesario sentirlo como un experimento de laboratorio para demostrar la amplitud y profundidad, de otra forma podríamos encontrar ejemplos dispares que tal vez te lleven solamente a los dos títulos más aclamados que parecen ser la marca entre todas las posibilidades, en mi caso en la superficie sigo dividiendo entre las intenciones de ser This Is Spinal Tap o Some Kind Of Monster, pero claro está que entre el documental falso que aborda todos los clichés de la música (rock, pop, jazz, estrella del ukulele) y el documento que desnuda al extremo a punta de terapia psicológica, hay cosas como los perfiles épicos de músicos o grupos desconocidos, exploraciones sesudas de instrumentos y géneros, apasionadas disertaciones sobre el poder de la rima, rápidos y completos documentos de DIY sobre fanáticos, experimentos truncados, tiendas de discos en diminutos pueblos británicos, feudos del rap, rockeros ex integrantes de la iglesia de Pentecostés, severas experiencias cercanas a la muerte y pruebas convincentes de que los grandes personajes hacen grandes documentos.

 



 

Es verdad que los documentales de música y las ficciones basadas en ella son una forma de sermones cinemáticos, una extensión a veces del presskit o un escalón más para sobar un ego, pero en muchos casos te ofrecen revelaciones. Son filmes que te llevan al interior de un género o la psique de un músico, son películas construidas sobre la información privilegiada que sólo unos pocos poseen y es entonces, cuando aún sin conocer, saber o haber escuchado mucho de un acto recibes tus primeras razones para adorar tanto el documental y la ficción que surgen de la música.

Porque no se trata sobre una tonta canción o un grupo en ascenso perdido en sus propias frustraciones, sino de una historia que rompe las capas entre los grupos y la cámara, del tiempo y la intimidad que logra que una cámara sea invisible y sin embargo logre capturar lo que el escenario, el juego de luces y la bruma impiden que alcances. Prácticamente es como volver a encontrarte con un disco por primera vez, se trata de ti y la música pasando con la intervención únicamente de los audífonos.

Se trata de un suministro ilimitado de personajes hiperbólicos, situaciones extrañas e imágenes en vivo, el mundo del rock (y de la música en general) es un regalo para el realizador de documentales. Pero yo no dirijo ni produzco, así que me dedico a hacer recorridos personales a través de un catálogo extenso de rockumentales, recordando algunas de las escenas más icónicas que han capturado y que han cumplido con mis parámetros sensoriales: estómago encogido, plena carcajada e inevitable movimiento de pie, que a pesar de ser instintos primitivos, para mi son las características de un buen rockumental, son las evidencias de una historia increíblemente contada.

 

 

Muchas de las imágenes más perdurable de la época dorada del rock se han extraído de rockumentales: Jimi Hendrix prendiendo fuego a su guitarra en Monterey Pop, The Beatles conquistando con una gira Estados Unidos, los Rolling Stones en su malogrado concierto en Altamont (donde un miembro del público fue asesinado) en Gimme Shelter, Sid Vicious disparando al público, Pete Townshend destrozando la misma guitarra que es reconstruida noche tras noche o la magia en vivo o en el estudio que ha provocado que todo grupo, llegado a un momento de su carrera, necesite hacer un vídeo promocional con esas dos energías mezcladas para evidenciar su éxito con las musas y con la gente.

Tampoco se puede olvidar que muchos son sobre rock ‘n’ roll, drogadicción, recuperación, un final feliz, sentido del humor, una gran cantidad de documentales tratan de tener todo, pero unos pocos en realidad tienen éxito al unir todas las partes. También basta tomar el cuento habitual de un talento destruido por las drogas y decir que ese no es el único final posible, la prueba es que estás viendo un tributo en imágenes a su legado.

Momentos como esos ayudan a responder la pregunta central de cualquier documental: ¿la película debe llegar al fondo de su tema? ¿Hay suficiente acceso y comprensión para el espectador para entender quién es la persona y cómo llegaron a ese estado? La respuesta es un sí sin reservas, casi, incluso si su enfoque no es crítico, puede sentirse la objetividad que se vuelve subjetiva y te hace salir tarareando de una sala, directito a comprar un disco o redescubrir todas las canciones que has olvidado escuchar.

En retrospectiva, ha habido una gran cantidad de documentales este año, que fue refrescante ver toda clase de proyectos raros, de grupos oscuros de los que no sabes nada, pero con el retrato de la música y los contrastes entre el mundo real y lo hiperrreal todo tiene un sorprendentemente movimiento. Dicen que urge repasar la actualidad del rockumental, porque resultaba prometedor años atrás y es decepcionante en la actualidad. Algunos dicen que es por la necedad de los directores en obsesionarse con reconstruir el pasado sin la necesidad de contar las grandes (y las pequeñas) historias, combinando imágenes, declaraciones y canciones, abarcando todo con poca pasión.

También dicen que se debe analizar las razones porque han nacido festivales específicamente para acoger rockumentales, que han surgido para mostrar películas reveladoras que son productos domesticados. Y es cierto, ese mercado existe y acapara todo, sin embargo con un disco duro lleno de rockumentales, una lista de más de 300 películas por ver (y aumentando) puedo decir que no es una generalidad, siempre existe la mirada independiente, la que prohíbe los promocionales y no necesita la aprobación de artistas, mánagers y discográficas para ver la luz.

 

 

Ya hemos visto esos documentales (Seguir Siendo, Foo Fighters: Back and Forth) y se sienten inmediatamente falsos, no porque sus protagonistas no sean reales o finjan, sino porque se notan editados bajo una lupa estricta que debe responder a una imagen y de eso no tratan los rockumentales, su espíritu no es ofrecer una mirada extensiva de una carrera, no debe servir para alimentar las urgencias de los seguidores de un género o ser sobre los grandes triunfos, porque uno empieza a dudar cuando la banda se muestra siempre feliz y creativa o insiste que su mejor momento fue llegar a arrasar con los Grammy como en From a Mess to the Masses.

 

El espíritu no puede ser mejor retratado que en el trabajo que aparentemente inició todo, Don’t Look Back (1967) de D.A. Pennebaker, para examinar con honestidad la evolución de este subgénero documental, es una decisión indiscutiblemente lógica empezar por ahí, con Bob Dylan empezando a ser eléctrico, estableciendo la forma contemplativa, reveladora y que encara directamente a la cámara (la audiencia en uno sólo) a través de la entrevista, todos los rockumentales parten de ahí, la mayoría entendieron el concepto y lograron con eso que el personaje central sea tan humano y enigmático como su música.

La distinción exacta de un rockumental puede ser difícil de trazar. Un show en vivo en toda regla no contaría, a menos que contenga una parte documental real (observaciones, entrevistas, historia), el backstage es necesario, la intimidad es ineludible, incluso el reclamo al camarógrafo y el hartazgo por tenerlo al lado todo el tiempo desde hace meses mejoran la situación, pero la realidad es que la edición es crucial, más aún que los efectos creativos de la filmación, porque como en todo documental, la historia surge al momento de yuxtaponer las imágenes y las palabras. Editar es todo, de ahí surgen los músicos que se vuelven dioses, las canciones que se vuelven aún más épicas, los grupos perdidos en interminables pasillos se vuelven más graciosos y el volumen que va más allá de la marca del 10 se vuelve tan necesario.

 

 

Karina Cabrera. Alguna vez colaboradora de Sonika, Rock Stage y Al Borde, escritora de medio tiempo, obsesiva del rockumental, administradora de Soma musical, columnista de Spoiler Alert en Resonancia Magazine y actual editora de Grita Radio. Twitter: @karipunk

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