¡Cuidado! La literatura es cosa seria. Particularmente seria cuando se analiza desde la óptica (o más bien desde la miopía) religiosa y política.
Por eso escribió Erasmo de Rotterdam, hace ya bastantes siglos como para ser contradicho a estas alturas, de forma irónica en su Elogio sobre la locura que “las ciencias –refiriéndose al conocimiento en general– han irrumpido en la humanidad con el resto de las calamidades, y por eso a sus autores, de quienes proceden todas las desventuras, se les llama demonios, nombre que procede del griego daemonas y que significa ‘los que saben’”.
De ahí que el exilio no exente a los escritores, sino por el contrario, son parte del platillo principal en el banquete de las víctimas de la intolerancia. Son los demonios del poder.
El recientemente fallecido Eliseo Alberto de Diego, es claro ejemplo de ello. El autor de Informe contra mí mismo nació en una Cuba partida por el fanatismo y la obsesión de poder. En ese medio un intelectual difícilmente podría siquiera mirar el tintero sin el miedo natural que se despierta en toda especie que posea el más elemental instinto de supervivencia.
En México no son pocos los exiliados, no sólo de Cuba o América Latina, sino incluso de Europa, que han alimentado la literatura nacional con enormes trayectorias.
Basta recordar que una gran poeta, Angelina Muñiz- Huberman, es hija de exiliados de la República española y radica en nuestro país desde 1942. Más mexicana no puede ser.
Algunos otros nombre como el de Ángeles Mastretta (y el exilio “voluntario” de la familia), el del poeta guatemalteco Carlos López o de intelectuales como el historiador de origen español José Antonio Matesanz, encajan perfecto en ésta columna.
Así, la política debe vivir peleada y ofreciéndose (cual puta que es), buscando el apoyo de las elites culturales, quienes en países donde existe la libertad de expresión se encuentran más allá del bien y del mal. Y en naciones en las que la mordaza es ley, esas élites son expulsadas e incluso repudiadas. Léase la Generación del ’27.
A nivel internacional y en tiempos más cercanos podemos hablar del caso de Salman Rushdie. El escritor nacido en Bombay que con Los versos satánicos alcanzó el repudio de una buena parte del mundo musulmán, por haber “ridiculizado” en su novela elementos que los religiosos consideran sagrados.
Rushdie fue condenado a muerte por las Fatwa, pero ha logrado evadir la pena en el exilio. Algunos de los editores y traductores relacionados con Los versos satánicos han sido asesinados por los autores intelectuales más peligrosos: la irracionalidad y la ignorancia. La cabeza del escritor está valuada en más de dos millones de dólares.
Y aunque la fuerza de esa intolerancia resulte inadmisible en plenos años dos miles, habrá que brindar por las plumas que siguieron plasmando y enriqueciendo a miles de kilómetros de casa. Recordar que, como dijo Eliseo Alberto y como bien lo citó Rafael Pérez Gay el día de la despedida, “el exilio es una violación, pero también una casa de huéspedes”.
Hola, quizás os interese saber que tenemos una colección que incluye el relato ‘The Courter’ de Salman Rushdie en versión original conjuntamente con el relato ‘Defender of the Faith’ de Philip Roth.
El formato de esta colección es innovador porque permite leer directamente la obra en inglés sin necesidad de usar el diccionario al integrarse un glosario en cada página.
Tenéis más info de este relato y de la colección Read&Listen http://bit.ly/rqsPXc