«La mayoría de los planes de movilidad cultural se restringen a los públicos de siempre si no hay movilidad económica y calidad educativa”.Néstor García Canclini

La Feria del Libro de Palacio de Minería es la de mayor tradición en la Capital, cada año reúne a prácticamente todas las editoriales que operan en el país y a un público ya cautivo de esta celebración de la industria. Sí, cautivo porque normalmente van los mismos.

Difícilmente se puede hablar que la Feria, cuya intención es dar a conocer novedades editoriales y los nombres de escritores que están o estarán en un futuro cercano adueñándose de las ventas, pueda ganar adeptos que debuten en el terreno de las letras.



De acuerdo con un estudio publicado en 2006, sólo el 7.1 por ciento de las personas que dijo leer había conseguido sus libros en este tipo de eventos, a pesar de que en Guadalajara se lleva a cabo cada año la Feria librera más importante del mundo de habla hispana.

Fue el mismo estudio que apuntó que el mexicano leía 2.9 libros por año en promedio. Ambas cifras, la de las Ferias y el promedio general, son totalmente optimistas.

¿Entonces cuál es su verdadera función?

No lo sabemos con exactitud. Podríamos decir que es un esfuerzo que sobrevive gracias a la tradición y a una sociedad esnobista por naturaleza. Que presume de hartos eventos libreros, aunque ninguno tenga el impacto que se pretende.

Cada vez la industria editorial encuentra menos espacios para llegar a los jóvenes, los futuros lectores, debido especialmente a la llegada de nuevas tecnologías, otros tipos de entretenimiento y a una educación que, no hace falta decirlo, está por los suelos. Así, estos nuevos mecanismos “culturales” se han adueñado prácticamente de la posibilidad que antes tenían los libros de enganchar a las nuevas generaciones. Pocos de estos jóvenes saben quién fue Dickens, Dostoievski, Borges o Rulfo. Mucho menos conocen lo que escriben los autores de su propia generación como Ortuño o Volpi.


Pero tal vez sí saben quién es Jodorowsky, el apellido les es conocido porque lo siguen en Twitter, red social donde, por cierto, el domingo se colocó el TT #LibroQueEstoyLeyendo. El 90 por ciento de las aportaciones demostró por qué México no se lleva bien con la cultura.

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