Es una necedad escribir homenajes a los difuntos, pero una necedad necesaria. Fuentes, el escritor que falleció sorpresivamente hace menos de una semana, deja una huella enorme y un vacío no sólo a las letras, sino a la crítica, a la intelectualidad e incluso, a la política tan débil, tan pobre.

En días recientes, y a partir de un clima de elecciones que dividen y alteran, se han recordado las palabras de Carlos Fuentes, que no quería ni imaginarse que ganara el PRI la próxima presidencia; que Peña Nieto tiene derecho a no leerlo, pero no a ser presidente a partir de la ignorancia. Sí, lo dijo, pero dijo mucho más. Fuentes lo advirtió: «Los problemas de México ya son tan grandes que la pequeñez de los candidatos, todos, le preocupaba; que la izquierda en México era una farsa, y que la alternancia de la derecha no significó cambio alguno».



Eso era Fuentes, un hombre que desde la pluma de la elegancia, la inteligencia y la experiencia se lanzaba contra lo que no le parecía justo; además de un escritor brillante que deja al menos tres obras cumbres: La Región Más Transparente, Aura y La Muerte de Artemio Cruz, esta última analizada en este mismo espacio, para las otras dos ya habrá tiempo.

También deja colecciones de relatos. La más importante de ella, Los Días Enmascarados, por lo que significó como una de las pioneras dentro de la literatura fantástica, no sin reconocer el lugar que tiene como primerísimo el gran Francisco Tario. Carlos, el prolífico autor, miembro de una generación que simuló una explosión renovadora de la literatura, un Boom, fue un idealista que creó con la materia prima más compleja y más generosa: la imperfección de su realidad.

Pero también fue un dandy, un junior de impecable vestimenta, fanático del cine, la ópera y los viajes, bon vivant de la cultura y de las letras. Fuentes vivió como quiso y lo disfrutó, se notaba en su semblante, que a sus 83 años era un hombre fuerte, entero, al que sólo una sorpresa lo arrebataría, y no le permitiría decir ni adiós. Bueno, nosotros sí se lo decimos desde aquí. Adiós Carlos, au revoir.

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